7/10/2006

Malicia, cachipollas efímeras y pinos contadores

Ampliado el plazo de recogida de firmas para Peter Beagle hasta el 14 de julio.
Razón, aquí:
Extracto de "El Segador", de Terry Pratchett
El sol estaba cerca del horizonte.

Las criaturas de vida más corta de todo el Mundodisco eran las cachipollas efímeras, que apenas si duraban veinticuatro horas.

Dos de las más viejas zigzagueaban sin rumbo fijo, sobre las aguas de un arroyo de truchas, discutiendo acerca de historia con algunos de los miembros más jóvenes de la nidada vespertina.

-En estos tiempos, el sol ya no es lo que era –dijo una de ellas.

-En eso no te falta razón. En las horas de antes sí que había un sol como debe de ser. Era todo amarillo. No como esa cosa roja.

- Y también estaba más alto.

-Es verdad, tienes razón.

-Y las ninfas y las larvas te mostraban un poco de respeto.

-Muy cierto, muy cierto –asintió la otra cachipolla efímera con vehemencia.

Las cachipollas más jóvenes escuchaban con educación.

-Recuerdo –prosiguió una de las moscas viejas- cuando todo lo que abarcaba la vista eran praderas.

Las cachipollas jóvenes miraron a su alrededor.

-Siguen siendo praderas –aventuró una de ellas tras un cortés intervalo.

-Recuerdo cuando eran praderas mejores –replicó bruscamente la vieja.

-Sí –asintió su colega-. Y también había una vaca.

-¡Es verdad! ¡Es verdad! ¡Me acuerdo de esa vaca! Estuvo justo allí durante..., oh, durante cuarenta o cincuenta minutos. La recuerdo bien, era marrón.

-Ya no hay vacas así en estas horas.

-Ya no hay siquiera vacas.

-¿Qué es una vaca? –preguntó una de las jovencitas.

-¿Lo ves? –replicó la cachipolla vieja en tono triunfal-. Así son las moscas modernas. –Hizo una pausa-. ¿Qué estábamos haciendo antes de empezar a hablar sobre el sol?

-Zigzaguear sin rumbo fijo sobre las aguas –dijo una de las moscas jóvenes.

No estaba del todo segura, pero era una suposición con visos de probabilidad.

-No, antes de eso.

-Eh..., nos estabas hablando sobre la Gran Trucha.

-Ah, sí. Eso. La Trucha. Bueno, veréis, si has sido una buena cachipolla efímera, si has revoloteado bien arriba y abajo...

-... prestando atención a los ancianos, que saben más que tú...

-... sí, prestando atención a los ancianos, que saben más que tú, entonces, al final, la Gran Trucha...

Clop.

Clop.

-¿Sí? –inquirió una de las moscas más jóvenes.

No recibió respuesta.

-¿Qué pasa con la Gran Trucha? –quiso saber otra mosca, nerviosa.

Contemplaron la larga serie de anillos concéntricos que se expandían en el agua.

-¡El signo sagrado! –exclamó una cachipolla-. ¡Recuerdo que me hablaron de eso! ¡Un Gran Círculo es el agua! ¡Ése será el signo de la Gran Trucha!

La más vieja de las cachipollas jóvenes contempló el agua, pensativa. Empezaba a darse cuenta de que, al ser la mosca de más edad entre las presentes, le correspondía el privilegio de revolotear más cerca de la superficie.

-Se dice –empezó la cachipolla que volaba en la parte superior de la zigzagueante multitud- que, cuando la Gran Trucha viene a buscarte, vas a una tierra donde abunda..., abunda... –Las cachipollas efímeras no comen. No sabía cómo seguir-. Donde abunda el agua –terminó como pudo.

-Debe de ser verdad –asintió la mosca más vieja.

-Pues allí se debe de estar muy bien –siguió la joven.

-¿Sí? ¿Por qué?

-Porque nadie ha querido volver aquí.


Mientras que, por el contrario, los seres más viejos del Mundodisco eran los Pinos Contadores, que crecen en las nieves eternas de las altas Montañas del Carnero.

El Pino Contador es uno de los pocos ejemplos conocidos de la evolución por préstamo.

Muchas de las especies existentes siguen el curso de la evolución por su cuenta y riesgo, aprendiendo a medida que ascienden, tal y como marca la naturaleza. Todo eso está muy bien, es muy natural y orgánico, es sintonía con los misteriosos ciclos del cosmos, que cree que no hay nada como unos cuantos millones de años de frustrante prueba y error para dar a una especie fibra moral y, en algunos casos, columna vertebral.

Esto sin duda está muy bien desde el punto de vista de la especie, pero, desde la perspectiva de los individuos que tienen que atenerse a la norma, el inventor de la misma es un auténtico cerdo, o al menos un pequeño reptil rosado devorador de raíces que quizá algún día evolucione hasta convertirse en un auténtico cerdo.

De manera que los Pinos Contadores se ahorraban todos los malos tragos mediante el sistema de permitir que el resto de la vegetación evolucionara en lugar de ellos. Una semilla de pino que aterrice en cualquier lugar del Disco recoge inmediatamente el código genético más efectivo de la zona gracias a la resonancia mórfica, y crece para convertirse en lo que mejor se adapte al suelo y al clima de la localidad. Por lo general, encima lo hace mucho mejor que los árboles nativos, cuyos puestos suele usurpar.

Pero, pese a todo esto, lo que hace más interesante a los Pinos Contadores es su manera de contar.

Se dieron cuenta, de una manera nebulosa, de que los seres humanos habían aprendido a averiguar la edad de los árboles contando los anillos del tronco, y por eso los primeros Pinos Contadores decidieron que ésa era la razón de que los humanos cortasen árboles.

Así, de la noche a la mañana, hasta el último de los Pinos Contadores reajustó su código genético para generar en su tronco, más o menos a la altura de los ojos humanos, en letras claras, su edad exacta. En menos de un año quedaron casi extinguidos por el interés que provocaron en el negocio de las placas ornamentales para los números de las casas, y sólo sobrevivieron unos pocos, en las zonas de más difícil acceso.

Los seis Pinos Contadores que formaban aquel grupo de árboles escuchaban al más viejo de ellos, cuyo retorcido tronco aseguraba tener treinta y un mil setecientos treinta y cuatro años de edad. La conversación que pasamos a relatar duró diecisiete años, pero la hemos acelerado un poco para su publicación.

-Recuerdo cuando todo esto no eran praderas.

Los pinos contemplaron los más de mil quinientos kilómetros de paisaje. El cielo parpadeaba como en los efectos especiales baratos de una película de viajes en el tiempo. La nieve aparecía, se aposentaba durante un instante y luego se fundía.

-Entonces, ¿qué había aquí? –quiso saber el pino más cercano.

-Hielo. Pero hielo de verdad, a ver si me entiendes. En aquellos tiempos, los glaciares eran como debían de ser. No era como el hielo de ahora, que sólo dura una estación y se funde.

Aquel hielo duró siglos.

-¿Qué le pasó?

-Se fue.

-¿Adónde?

-A donde se van las cosas. Todo va siempre a toda velocidad.

-Vaya, pues sí que fue duro.

-¿El qué?

-El invierno del que hablas.

-¿Y eso te parece un invierno? Cuando yo era un brote, sí que había inviernos de verdad...
Entonces el árbol desapareció.

Tras una pausa de un par de años producida por la sorpresa, uno de los árboles dijo:

-¡Ha desaparecido! ¡Como si tal cosa! ¡Un día estaba aquí, y al siguiente había desaparecido!
Si los otros árboles hubieran sido humanos, habrían arrastrado los pies en gesto de incomodidad.

-Son cosas que pasan, chico –dijo uno de ellos con cautela-. Se lo ha llevado a un Lugar Mejor,(*) de eso puedes estar seguro. Siempre fue un buen árbol.

-¿Qué clase de “Lugar Mejor”? –quiso saber el joven árbol, que sólo tenía cinco mil ciento once años.

-Nadie lo sabe a ciencia cierta –dijo otro de sus congéneres.

Se estremeció inseguro, mecido por un vendaval que duró una semana-. Pero creemos que tiene algo que ver con el... aserrín.

Como los árboles no eran capaces de captar ningún acontecimiento que durase menos de un día, nunca oían el sonido de las hachas.
(*) En este caso concreto, a tres lugares mejores: las puertas delanteras de los números 31, 7 y 34 de Elm Street, en Ankh-Morpork.

*******


Realmente, Terry Pratchett no es santo de mi devoción. De hecho, soporto pocos de sus libros. Sin embargo tengo que reconocer que tiene un peculiar sentido del humor un tanto abstracto y absurdo. Rebuscado y trabajado, pero absurdo. Y más que el mío propio. Así que a veces se me hace pesado leerle.

Vale, no me gusta Terry Pratchet,, aunque reconozco que tiene sus momentos. Quizás es que me pilló en una mala época de mi vida. A días me pregunto, cuando cojones he tenido yo una buena época. Últimamente agriaría hasta la leche.

Aunque, si tuviera que decir qué libros que haya escrito son los que me han gustado más, respondería sin duda que “Mort” y “El Segador”. También disfruté (un poquito) con “Rechicero” y “Ritos Iguales”.

Debe ser una persona curiosa, bastante loca y quizás, digna de un psiquiátrico. No importa. Todos los genios estamos locos y poco reconocidos.

En realidad no tiene nada que ver la malicia con las cachipollas efímeras. Simplemente, me apetecía escribir ese extracto. Y como es costumbre, siempre hago lo que me viene en gana.

La única cosa que creo que puede tener algo que ver en mi retorcida mente, y tortuosas relaciones de ideas sería lo siguiente.

Supongo que los humanos somos al mundo lo que las cachipollas a Mundodisco. O sea: nada. Nos pasamos la vida quejándonos, amargándonos.. Pensando en tiempos mejores, cuando realmente tenemos poca perspectiva. Probablemente, en el camino damos argumentos tan lamentables y que suenan ridículos a oídos ajenos como los que ellas se plantean.

Todo lo pasado parece ser mejor. No tiene porqué serlo, simplemente, fue. En los momentos de adversidad quizás tendemos a recordar las cosas más bonitas que nos sucedieron, o tal vez las malas son ya menos malas porque quedaron diluidas en la distancia. Ya no nos afectan.

Después, tenemos los pinos contadores.

Alguien me dijo una vez “inteligencia como capacidad de adaptación”.

En ese sentido, cuán inteligentes fueron los pinos contadores. Pero a veces, al adaptarte y evolucionar no lo haces correctamente o ajustado a todos los parámetros. Piensas que lo has hecho bien y... De golpe y porrazo algo falla porque se te ha escapado de las manos. Te quedas meditando treinta años qué pudo pasar. Qué hiciste mal. Dónde está el fallo. Y por mas que lo intentas, no sacas ninguna conclusión razonable.
Probablemente es que perdemos el norte por el camino. No tengo ni idea.

Había un personaje de comic en la Patrulla X que se llamaba Malicia. Vivía dentro de un medallón que Dazzler llevaba al cuello. La hacía transformarse y se adueñaba de su personalidad.

Y alguna persona sensata se preguntará... ¿Y qué tiene que ver esto con cachipollas y pinos?

Pues nada...

¿Pasa algo?
Y que conste que he titulado así al post por no llamarlo "Qué tendrá que ver la velocidad con el tocino".

Estuve cenando en el Frankfurt Valles de Gran de Gracia con Grunttt y Lemon hoy. Ellso estuvieron pasando la velada jugando a Bloodbowl y yo perdiendo el tiempo en cosas menos interesantes. Dícese de cosas menos interesantes el WoW y el Irc. Lo sé, lo sé, he caído muy bajo.

En esas que –no viene al caso el motivo- saltó por ahí en medio el concepto de la malicia femenina.

Esa condenada malicia que parece que yo no tengo. Bueno, que los hombres no la tienen, seguro. Debieron perderla en ese cuarto de cromosoma que les falta, pobrecitos entes involucionados y simples, ellos. Tan torpes e insensibles. Diablillos díscolos. A ver si explotan todos y nos dejan hacernos lesbianas en paz.

Bien, dice Grunttt que mi problema es que siempre soy mala con quien no me importa un cojón, y a quien estimo le dejo que haga lo que quiera. Tendré que esforzarme en arreglar eso un poco. Estoy hasta los ovarios ya.

Si eres buena, porque eres buena. Si eres sincera, porque eres sincera. Si te entregas, porque te entregas. Si eres mala, porque eres mala.

Y yo no sé de qué me quejo, porque hace no muchos posts, estaba analizando precisamente la postura del chico malo... Como cierto uno que... En fin.

Tengo que analizar esa postura con detalle, a ver si aprendo algo y se me queda.

La cosa no es ser malo. La cosa radica en no perder ese halo de misterio. Que siempre quede algo por descubrir. Mira que es fácil al vida... Y cómo la complicamos los humanos.

¿Es que acaso va un gato por ahí haciéndose el interesante?

Bueno, quizás, mal mirado: sí.
Vamos a fijarnos en otro caso surgido de la fauna que nos rodea: veamos el de la paloma en primavera (o ya casi, todo el año).
Ahí está la paloma dando vueltas por la plaza con una corte de palomos detrás (a cada cual más cortito), y ella caminando tres pasitos por delante y virando en alguno opuesto cuando uno se acerca.

Lo que me planteo es: ¿lo hace a conciencia o de puro idiota? Y me da que es más bien lo segundo. Porque... ¿Ha visto alguien a una paloma acercarse al macho que le gustara en cuestión?

No. Se dedica a dar vueltas cual imbécil embelesada, sin darse cuenta de lo que pasa a sus espaldas.

Bien, ahora ser idiota o hacerse la idiota, es sinónimo de “interesante”.

Respecto a la malicia... No es que no la tenga, es que por naturaleza no la necesito. Me aparece cuando me tocan lo que no me tienen que tocar (o me lo tocan y lo tocan mal).

En fin, que ya me he quedado ancha.

Realmente, solo quería dejar puesto lo de los pinos contadores.
Bueno va... Voy a reconocerlo... Podría acabar gustándome Terry Pratchett.
Me congratula saber que, si bien no poseo el don de la malicia, aun preservo el de la eterna contradicción femenina.
Todo un consuelo.

No hay comentarios: