2/14/2007

Volver a Empezar



Está allí, en lo alto, a cielo abierto, entre escombros de piedras refulgentes que debieron ser blanquecinas alguna vez. Ya no brillan, no están lustrosas. Tienen restos de negro carbón.

El cielo, rojo sangre, llora cenizas en el aire carmesí cargado de calor. La temperatura sube asfixiante, provocada por los incendios de centenares de hogares. El humo todo lo invade, desprendido por la madera (en el mejor de los casos) quemada, dificultando respiración y visibilidad a la par.

Escondida entre unas ruinas, alejada en el sitio más elevado y seguro que ha sabido encontrar, apretaba fuertemente sus puños intentando en vano eludir el fragor de la batalla. Sus ojos cerrados la sumían en una falsa oscuridad, y la protegían del humo que amenazaba con hacerla llorar; proporcionándole ilusión de calma.

Poco a poco, el temblor provocado por la batalla a su alrededor la alcanza; mas continúa negándose a alzar la vista.

Tiene miedo de mirar a su alrededor, para contemplar la destrucción de su casa, los cuerpos rotos de sus amigos, de toda la gente que una vez amó.

“¿Por qué?”, se pregunta, “¿Por qué contemplar de nuevo el desolado paisaje que no desaparece de mi mente, y que quedó grabado a fuego? No necesito abrir mis ojos, para verlo de nuevo”.

Dolor en su sien. Una pequeña brecha deja escapar gotas de sangre. Está tan cansada, tan exhausta, que ni siquiera se preocupa en comprobar el estado de su herida. No sirve ya de nada. Ella lo sabe…

Algo más abajo se escuchan entrechocar las armas, y los continuos estallidos, señal de un hechizo que ha dado en su blanco. Pero para ella ya nada tiene sentido y se deja llevar, cayendo en la inconsciencia.

Su memoria vuela libremente, viaja en el tiempo a un sitio al que jamás podrá regresar. No volverá a casa porque le esté prohibido. Simplemente, no volverá a casa porque no tiene dónde. Su hogar, aniquilado, es como mucho un recuerdo vano de días felices y dulces en compañía de sus hermanos.

Llora en silencio, y sus lágrimas resbalan poco a poco sobre su tez. “Es solo el humo”, se dice. “Es solo el humo lo que me hace llorar”.

Una extraña mezcla de calor sobre la piel fría la embarga, y rememora, con los ojos cerrados días que ya no volverán.

Recuerda que hubo una vez un mundo, pequeño, poblado de compañeros con quienes vivió mil aventuras y alguna batalla. Alguna batalla, pues en aquel entonces era pequeña (y por qué no, cobarde), por lo que no se unía a la lucha más que cuando era inevitable ya.

Aquel mundo -su pequeño mundo-, tenía sus ciudades bulliciosas pero de humilde tamaño.

Tenía una brillante urbe de clérigos y paladines, enlazada por carreteras y bosques a la cosmopolita sede de magos, con sus prístinas construcciones y la refulgente torre de los hechiceros, toda ella de marfil. Ésta, se elevaba al cielo imponente, desafiante, cual si escrutando entre las nubes pudiera encontrar los secretos del universo.

La Torre, fue su hogar. El único hogar al que sabía a buen seguro que podría regresar siempre que quisiera… En aquellos días en que aun se podía pensar que había un lugar seguro donde volver. Un lugar seguro que llamar casa, donde compartir la calidez de un buen vino en compañía de los amigos.

La Torre. Con sus maestros y sus innumerables libros catalogados en la perfecta biblioteca, aquella que siempre visitaba ávida de conocimientos, donde sus mayores habían ido a buscarla si pensaban que había escapado. No: allí estaría ella al acabar sus quehaceres…

Estallido cercano, en el piso de abajo probablemente. Aun está escuchando el aullido ensordecedor de la gente que la rodea. “Espera…” recapacita “No puede ser de la gente que me rodea, ellos no chillan, ya están en un lugar donde no tienen porqué gritar”.

Dolor en su costado… Sus costillas la están matando. Se ríe. Ironía… “Mis costillas me están matando”. Se arrebuja entre los jirones de su capa un poco más… Y huye de vuelta a algún rincón de su memoria.

"Los ancianos", recuerda, "aquí nos contaban historias". A ellos, los pequeños aprendices de magos. Sobre humanos, orcos y trolls… Sobre gnomos, enanos y elfos malvados… Pero los que más le gustaban eran los cuentos sobre dríadas y las antiguas leyendas sobre los días de gloria de su raza.

Sonríe levemente al recordar cómo sus pequeñas y puntiagudas orejas temblaban de emoción imaginando cómo había sido la mítica ciudad de sus ancestros, de los que cuando ella nació, no quedaban más que ruinas escondidas en parajes boscosos.

En su juventud, la gente no hablaba con admiración de los elfos. ¿Quién podría admirar a aquellos seres escurridizos que habitaban poblados escondidos entre árboles, seguros a la vista de cualquier visitante? Sus congéneres confundieron orgullo y altanería, se volvieron hoscos.

“¿Qué importancia tiene ya esto ahora?”, se cuestiona en silencio, mientras el suelo tiembla bajo su cuerpo.

Siempre le habían dicho que llega un momento en que toda la vida pasa ante tus ojos rauda, cual pez esquivo. Seguramente debe ser algo parecido.

Se pregunta en silencio cómo pudieron todos llegar a este extremo. En qué momento la guerra se desencadenó rápidamente, como un lobo hambriento dispuesto a devorarlos a todos. A todos por igual, compañeros o enemigos. La guerra no hace distinciones.

Con los ojos cerrados podía ver a sus amigos, su familia, su marido… Su hija. A su hija le dio tiempo de mandarla lejos del infierno que era ahora su hogar. A su marido, lo perdió en algún lugar de la batalla, y sus amigos yacen a su lado.

“No”. Se corrige. “A mi lado yacen los cascarones vacíos de mis amigos. Sus espíritus volaron libremente. Ahora tienen otros nombres, otras caras, otros cuerpos”.

“Soy cobarde”, piensa. “Ni aun en el último momento tengo voluntad para luchar y contemplar la verdad ante mis ojos”. "¡Levántate!", se dice a sí misma.

A ciegas tantea a su alrededor en busca de su bastón.

Un buen mago no deja su bastón en la vida. Claro que ya no tiene fuerzas para lanzar un mísero hechizo más… Pero al menos la ayudará a caminar.

Tambaleando, se levanta. No llega a erguirse pues el dolor en su costado es muy molesto. Su precioso vestido azul, está arruinado entre jirones y manchas carmín. Cualquier pordiosera llevaría mejores harapos.

Se acerca a la cornisa, para contemplar los profanados restos de la Torre de magos. Allá abajo, las casas arden hasta reducirse a ascuas, mientras figuras enloquecidas danzan y entonan cantos de destrucción.

“Ah… Qué triste final a tanta belleza”, piensa.

Se gira para contemplar una vez más el lugar donde creció, donde aprendió a ser maga, donde se casó, donde hizo sus mejores amigos.

Mira al cielo.

Como un regalo, un golpe de aire caliente agita las nubes. A lo lejos, la luna brilla blanca y pura, ajena a lo que sucede a sus pies.

La luna la llama. Puede oírla. Como llamó a sus amigos.

Se sienta contra una pared, y se deja llevar. Está tan cansada… Ha luchado ya tanto… Y no queda ya nada más por qué pelear. Sí, quiere dormir… Quiere volver a casa, quiere otra oportunidad.

Otra oportunidad para reencontrar sus compañeros, para reencontrar a su familia. Está segura de que aunque sean diferentes, les reconocerá.

Sí.

Otra oportunidad para vivir mil aventuras y hacerlo mejor esta vez. Quizás esta vez pueda impedir una guerra.

Sí.

Cierra los ojos, se marcha despacio, para volver a empezar.

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