4/12/2007

Hermano de armas, Compañero de batallas (I)

Capítulo 1 .- A la carrera

Cabalgan bajo un cielo extraño, ajenos a la vigilancia constante de esas lunas imposibles que cuelgan de la nada, embellecidas por miríadas de estrellas y el halo misterioso de una aurora boreal perpetua. Parece que fue ayer cuando sus ojos, verde esmeralda, contemplaran el paisaje por vez primera.

Cabalgan raudos, los cascos de las monturas repiqueteando contra el suelo con fuerza, con altivez, entonando un tétrico canto de guerra un paso tras otro.

Cabalgan, apretando los talones a los flancos de sus bestias, obligándolas a aumentar su velocidad atravesando el aire cargado de aromas conocidos: miedo, sudor y sangre.

Irrumpen sin aliento las murallas de la avanzada, dejando a su espalda una estela de polvo rojizo. Han cambiado sus tierras repletas de foresta por la esterilidad de unas rocas en un paisaje que les es ajeno y poco familiar.

Se encaminan sin mediar palabra alguna a la posada, en busca de algo de reposo. La figura más menuda de las dos, se acerca a una de las hamacas para descansar.

Los trolls que regentan el lugar no se caracterizan por su gusto en la decoración, prefieren los habitáculos austeros y funcionales, como los orcos, así que en Thrallmar no encontrará las bellezas ni lujos de Silvermoon, pero no importa: su piel, está tan repleta de magulladuras y cortes por todo su cuerpo que no sería capaz de distinguir ahora la suavidad de las sábanas de seda de araña. De hecho, la manta cuyo tacto en poco difiere del esparto, es lo suficientemente cálida y acogedora como para hacerla caer en el sueño.

La otra figura, más fornida, inequívocamente masculina, se sienta al borde de la hamaca de su compañera, bebiendo fervorosamente de la bota de agua draénica para recuperar la vitalidad necesaria, curar sus propias heridas, y las de la elfa que se halla dormida ya.

Con el cansancio reflejado en el rostro y un movimiento puramente mecánico, se quita el yelmo y lo deja a su lado, en el suelo. Tendrá que llevarlo a reparar, y habrá que bruñir nuevamente la superficie una vez más. Está tan magullado que no refleja ni la luz de la antorcha sobre su cabeza, pero después de haber comprobado en varias ocasiones la pericia de Rohok, el gran maestro herrero local, no tiene duda alguna de que su atavío quedará como nuevo.

Debajo de la capa raída por las inclemencias del duro viaje, lleva su caparazón de acero, vestimenta característica de aquellos que nacieron, crecieron y viven para ser paladines de Silvermoon. Emisarios de un honor corrompido, que pocos recuerdan en estos días aciagos.

Él lleva orgulloso sus armas. Él levanta su escudo para defender principios tan cubiertos de polvo para la gente como el suelo de la posada en la que descansa. Él viste su armadura en la batalla que es la única posesión que le queda en este continente vagabundo.

Sale de su ensoñación, y su pensamiento vuelve al presente, para contemplar a la compañera que tiene al lado. Levanta sus brazos en una plegaria a uno dioses simbólicos, hasta que las palmas de sus manos crepitan de energía. Lentamente al principio, y con la fuerza de un torrente más tarde, nota como la fuerza surge de él, para envolver a la elfa.

La carne rota se restaura, las heridas cesan su sangrar y cicatrizan.

La joven que duerme a su lado se despereza, con la jovialidad iluminando su rostro.

- “Tan feo como siempre… ¿Será posible que alguna vez cuando despierte podamos ver algo más que ese rostro ceniciento que llevas?” -se mofa ella en tono jocoso, después de estirarse.

- “Y tú, como siempre tan simpática, con tu encantador sentido del humor. Poco más y no lo cuentas. Deberías darme las gracias, mocosa.”

Ella lo mira realizando una burla. El paladín se gira, mientras ella le saca la lengua a sus espaldas.

- “No tengo ojos en la nuca, niña, pero te conozco lo bastante como para advertirte. Cualquier día pierdes esa lengua tuya, origen de tu perdición.”

- “Habló el entendido” -le replica-… “Pues que sepas que tu sentido de la orientación no es mucho mejor que el mío, Señor del Unicornio Despistado. Repite ahora aquello de que tu caballo no sabía el camino hasta Avanzada del Halcón, listillo”.

Un par de orcos y una troll los miran de reojo divertidos. Pelea de enamorados, piensan.

La elfa le salta encima, por la espalda, y se le sube a caballito.

- “¡Ánimo, Sardinilla! ¡Vamos corriendo a ver al intendente!” –le increpa-“Tenemos un informe que reportar, y me muero de ganas de coger la recompensa entre mis manos. Estás hecho todo un viejo, ¿lo sabías? ¡Pierdes facultades! ¡Eres tan lento que para cuando llegues, me habrán salido canas!”

Su risa cristalina resuena en la posada mientras sale a la carrera por la puerta, después de lanzarle la típica pulla a modo de reto.

No ha alcanzado el umbral siquiera, cuando un tirón de pelo la detiene a medio brinco en el aire.

- “¡Aaaaaaaaaaaaaaaaau!” –Aulla- “¡Eres un bestia! Quítame las zarpas de encima, tú hijo de una draenei apareada con enano. Tienes los modales de un gnomo descarriado, ¿lo sabías?”
- “La culpa es tuya, insolente” –le dice- “Y a todo esto, a ver cuándo aprendes a comportarte como la señoritinga que se supone que eres. Cuando voy contigo mi reputación tiembla. A este paso no se va a fijar en mí ni una elfa.” -Y rompe a correr- “¡El último en llegar es un moco de jade!”

Ella se ríe, mientras le deja ventaja.

- “Corre, chico, corre “–murmura mientras cuenta para sus adentros-. “Uno… Dos… Tres…”

Sus dedos trazan rápidamente unos signos en el aire, un aura blanquecina envuelve sus manos, para dejar escapar un rayo veloz y claro que impacta en su compañero. El elfo no tiene tiempo a molestarla con su bramido porque lo único que acierta a pronunciar es un amenazador… ¿Balido?

La muchacha se detiene a su lado, irguiéndose más de metro y medio sobre su amigo, que ahora es una bola de lana blanca y morro sonrosado.

- “Y tienes suerte” –le dice-. “¡La próxima vez igual te transformo en un precioso cerdito!”

Sigue corriendo hacia los cuarteles, pero antes de que se pierda a toda velocidad en el interior del edificio, el sufrido paladín escucha:

- “¡Breez! ¡Eres un lento! ¡Oveja el último!”

Las risas de la elfa de pelo índigo se pierden entre las piedras.

- “Cualquier día la mato… O mejor aun… Que la masacre algún bicho, que haré ver que no la salvo a tiempo… Igual hasta me cree capaz.”

El efecto de oveja desaparece. Ahora es su turno de ir a la carrera.

- “¡Saranna! ¡Cuando te pille no te vas a sentar en una semana! ¿Me oyes? De la azotaina en el culo que te voy a dar.”

Pero ella ya no le oye porque está reportando a los jefes de la avanzada, y de todas formas, él se reía tanto que no se podía entender muy bien lo que decía.

4/02/2007

Sombras


(c) Uildrim


Con un suave chasquido se abre la ventana, dando paso a una sigilosa figura que se desliza entre las sombras, agazapada cual felino en la oscuridad. Tan sólo la ondulación en las cortinas delata su entrada.

Merodea por la estancia, con la familiaridad que otorga haber estado allí más de una vez.

La luna se vislumbra por oriente, parpadeando tímidamente entre nubes que ocasionalmente protegen al intruso, o a capricho lo desamparan delatándolo al fulgor.

A un escaso metro de la ventana, en la cama cercana descansa un bulto entre las mantas, la mano colgando cerca de la mesa de noche de la izquierda.

La figura se gira para dar la espalda a la luna. ¿Quién querría observarla, estando aquí? ¿Quién querría mirarla, teniéndole en frente a él? Se arrodilla despacio al lado de la cama, silueta recortada en la luz blanquecina que traspasa la ventana.

Con cariño, extiende la mano para destapar suavemente el rostro del durmiente. Con dulzura, l e estudia, le contempla… Le duele tanto mirarle… Y sus ojos empiezan a escocer. No debería permitirse sentir nada.

Mira frente a la cama. A dos metros escasos un armario con recuerdos sobre el altillo: muñecos de tiempos lejanos, de aquellos tiernos años de infancia, cuando todo era alegría y despreocupación. Se pregunta… "¿Dónde estará el regalo que le hice yo, aquel irrisorio gato de peluche?" Pero solo alcanza a distinguir un viejo y pequeño oso de trapo que le devuelve su mirada vacía, desde las alturas.

La distracción dura un breve lapso de tiempo.

Poco a poco, lentamente, esperando que en cualquier momento fuera a despertar, acerca su mano para acariciar esa mejilla tan familiar y tan extraña a la vez. La mejilla de alguien con quien antaño compartiera el lecho. La mejilla de alguien que ahora es un desconocido para ella.

Recorre el contorno limpiamente, con el pulso tembloroso y la certeza de saber que el contacto con cada milímetro de su piel, es un dolor agónico para su espíritu. Cientos de recuerdos encerrados claman por salir con la fuerza de un huracán desatado que a duras penas puede contener.

Nunca le pareció la mejor de las ideas apartarse de su vida y contentarse con observarle desde lejos, resguardada entre las sombras como la asesina en la que él la convirtió. Sí: porque ella era pacífica, porque ella era inocente, y porque aprendió el oficio que él ejercía a la perfección.

Por eso está esta noche aquí, aprovechando su descuido. Porque aprendió bien de su maestro y le superó. Dicen que no hay nada más peligroso que una mujer herida, rechazada o despechada. Ella es las tres cosas a la vez…

Secretamente anhela que en algún momento despierte y la detenga por favor, aun sabiendo que no será así.

Rodea la cama sin dejar de mirarle, recordando cómo era dormir a su lado. Es tiempo ya de que esto acabe, de ser libres nuevamente.

Los dos son ahora asesinos.

Los dos lo saben. En su situación él haría lo mismo, porque él, también comprende.

No pueden dejar nada a sus espaldas, ni un sentimiento, ni una debilidad.

Y solo existe un camino posible.


****

Ya no brilla la luna en el cielo encapotado, ya no entra la luz en la habitación. Las cortinas serpentean de nuevo al borde de la ventana.

Se marchó por donde vino, pues ya nada la retiene más aquí.


****


Se despierta con un escalofrío en el cuerpo, con un ligero espasmo. La humedad se cuela en la habitación con la misma facilidad que penetra su cuerpo, mientras se cuestiona cómo es esto posible.

Los postigos de la ventana golpetean al son del viento que se ha levantado. No recuerda haberla dejado abierta, pero tampoco se molesta en acercarse, prefiere quedarse contemplando el techo, escrutando los rincones de un mar de recuerdos.



El insomnio le acecha cual lobo hambriento sin intenciones de soltar a su presa, y es entonces cuando percibe algo que pensó que no volvería a sentir jamás.

La edad le ha vuelto descuidado. Eso, y las cervezas en la taberna de la noche anterior. Aun puede recordar las risas de la joven posadera, exuberante en plena edad de merecer. Ha visto tantas como ella… Ha tenido tantas a sus pies, que ha perdido todo el interés por la caza.

Sin embargo, esa fragancia que flota en el aire, le atrapa como jamás podría hechizarle otra cosa en el mundo. Ese aroma fresco que tenía olvidado en algún rincón de la memoria.




Sus labios dibujan la mueca más parecida a una sonrisa que son capaces de formar. No es la primera vez que ha venido a merodear mientras él duerme y se cree al amparo de la noche. Pero la deja hacer. La deja continuar con sus visitas nocturnas, la última de ellas, hace dos años.

Ella cree que no se da cuenta de que ha venido, pero él sigue siendo el maestro, y el maestro siempre guarda trucos en su haber. Sabe perfectamente que si despertara, ella huiría y entonces, para detenerla, él se vería obligado a decirle…

¿A decirle qué?

Realmente no sabe qué palabras le habría de dirigir. No son amigos, no son amantes, no son compañeros de aventuras. Pero tampoco son enemigos.

El mejor asesino del reino es tan sólo otro cobarde que no podrá jamás demostrarle nunca, a la que ha sido seguramente la única mujer que ha amado, que la necesita junto a sí.

Porque él, es un alma solitaria. Porque él, es un fugitivo. Porque él, quiere ser libre y vivir sin ataduras.

Por eso, aunque tres veces lo intentaron, tres veces la dejó con la única excusa que fue capaz de formar su mente privilegiada: "por que tú te mereces algo mejor que yo". Cuando lo único que podría decir en honor a la verdad es: "porque tengo miedo de ti, y de caer en tu embrujo". Así que simplemente, hace lo que todo bueno asesino sabe hacer: huir con el mayor de los sigilos, sin volver atrás.

Mas, aun así, aunque el orgullo le domina, se hace el dormido para ni que sea, notar su presencia. Porque en cierta forma le colma de calidez saber que el tiempo pasa y ella se preocupa por saber de él.

¿Cuándo volverá? No lo sabe, pero volverá a "dejarse" la ventana mal cerrada, para que su díscolo felino pueda pulular, creyéndose a sus anchas.



****

Se incorpora en la cama para desperezarse, y es precisamente en ese gesto, cuando su brazo está cayendo, que su mano encuentra algo sobre la mesita. Con curiosidad recoge tantea. Parece un estuche alagartado, envuelto por una funda de terciopelo suave al tacto.

Sentado en la cama, y levemente sorprendido, coloca el paquete en su regazo, mientras lo inspecciona con la clara luz del amanecer. Nunca en visitas anteriores había dejado "tarjeta".

Con cuidado introduce la mano dentro del sobre, para sacar a relucir un pliegue de papel atado con cinta de seda azul.

Se recuesta acomodándose contra el respaldo de la cama, mientras despliega el papel, y empieza a leer una palabra tras otra, la carta que le ha dejado.



Sé que te extrañarás de recibir esta carta, ha pasado ya mucho tiempo, pero aun así no he dejado nunca de estar a tu lado como una sombra, de la única forma que me he atrevido a acercarme a ti. Acechándote escondida siguiendo tus pasos allí donde fueres.

Siempre has sido, eres y serás, una persona muy importante para mí. Te mentiría si dijera lo contrario. Y precisamente por eso, eres mi mayor debilidad, mi talón de Aquiles, la bomba que hace explotar mi control.

Eres, sin lugar a dudas la persona que más he querido en esta vida, y serás la persona que recuerde el día que cierre los ojos para dormir por última vez, mientras los dioses me acogen en su seno. Tú que tal vez lo intuyes, no tienes la certeza, y por eso puedes vivir tranquilamente. Pero yo vivo cada día con la carga de saber que no volveremos a estar juntos como antes nunca más.

No hay nadie como tú, con tus cosas buenas y tus cosas malas. Te tildan de huraño. De persona tajante, prepotente y con mal carácter. De bebedor y mujeriego empedernido. No seré yo quien niegue todo eso, pero puedo decir que he visto mucho más, y la intuición femenina me ha enseñado muchas más cosas sobre ti de las que me has explicado jamás.

Cuando estábamos juntos yo te escuchaba con el corazón, no con la cabeza, por eso vi muchas cosas que los demás jamás podrían intuir.

Eres fuerte, pero ocultas también tu debilidad de los demás. Te volviste roca, y en ocasiones te reías de ti mismo para que no lo hicieran otros. Yo creo que ese fue el camino que te llevó a ser el asesino que eres hoy. No te culpo, no me importa, porque tú estás hecho de todas esas cosas y quizás por todo eso, por tu pasado, por tu necesidad de cariño me enamoré de ti perdidamente.

Si tu me hubieras dicho "Vamos al infierno", no habría habido fuerza en este mundo capaz de impedirme acudir a tu lado. Siempre he tenido confianza plena en tus capacidades, y en tu inteligencia. Me fascinaste cuando nos conocimos, y me fascinas aun hoy.

Hemos pasado por muchas aventuras. Nos unió el destino y nos separaron las circunstancias. Éramos jóvenes y teníamos muchas cosas por hacer. Nos separaron también el tiempo y la distancia.

Los años pasan, y han pasado también muchas personas por mi cama, como sé que lo han hecho por la tuya, y tengo que decirte, que tu último intento con la tabernera anoche estuvo bastante falto de decoro. Pero cuando estoy sola, la única que recuerdo eres tú. Te reirías si supieras, que tu retrato aun preside la repisa sobre mi cama. Un viejo retrato robado de nuestros tiempos de aprendices, que me regaló un amigo común, sin que tú lo supieras, porque estaba seguro de que me haría ilusión.

Lo miro, y te recuerdo. ¿Te sorprende que tenga algo así sin tú saberlo? He indagado mucho sobre tu pasado. Encontré tus viejos escritos, encontré tus viejos dibujos, que aun miro cuando siento nostalgia de tu persona.

El tiempo pasa, y lo que yo recuerdo es mitad realidad y mitad fantasía, pues siempre te tuve idealizado. Proyecté sobre ti mi ilusión y te transformé en un ser perfecto de cuento de hadas. Como aquellos que nuestros padres nos contaban.

Cuando nos separamos la última vez, estaba convencida de que ya no volvería a caer en la trampa y podría seguir mi camino. Pero mírame, esta noche he venido a tu casa, me he colado en tu cuarto por la ventana, aquella que una vez señaló el principio de la mañana y que era tiempo ya de que me fuera. De tu casa, y de tu vida.

Me mentí a mí misma. Los años se suceden y siempre he estado a tu lado de alguna manera. Cuando me faltas, te busco.

No puedo separarme de ti. Pero es una tortura tenerte en mi mente cada día. Es enfermizo. Te he perseguido sin que te dieras cuenta, hasta el fin del mundo, y donde tú has estado, de un modo u otro yo estuve contigo. Siempre he encontrado pajaritos que cantaran para mí tu canción.

Necesito borrarte de mi vida, para ser libre de nuevo. Necesito volver a empezar. Necesito que desaparezcas, y por ese motivo vine esta noche escondida en las sombras, pues la única solución es la que los dos conocemos, porque parece que ya no tengo vida propia.

He estado a tu lado siempre que me has necesitado, me convertí en tu mano derecha para poder vivir contigo. Aprendí a asesinar, cuando yo siempre he valorado la vida, pero la tuya vale más que ninguna. Más incluso que la mía propia. Los dos sabemos que por ti he hecho las peores cosas que se podrían hacer por nadie. En cierta forma, debes estar orgulloso.

A tu lado levanté la Familia, por ti conquisté una ciudad. Por ti he matado y mataría de nuevo una y mil veces. Porque lo que me ha hecho siempre más daño es verte sufrir. Nunca soporté bien ver que te hacían daño, me dolía más que si me clavaran un cuchillo en mi propia carne.

Te he defendido, te he protegido siempre, salvo aquella vez.

Aun hoy puedo recordar esa noche funesta, en que te retaste en duelo y lo teníamos todo preparado para hacer caer a ese pequeño traidor que teníamos entre los nuestros, hasta que nos descubrieron y me dejaron incapacitada.

Me obligaron a contemplarlo todo.

Tuve que estar a tu lado, no para salvarte, si no para verte caer ensangrentado en el suelo, sin poder hacer nada más que coger tu cuerpo roto en mis brazos y llevarte donde te pudieran sanar.

Perseguí a esa sabandija y la apuñale con furia como nunca antes, todas las veces que pude clavar mi veneno en su cuerpo, hasta quedar vacía de rabia cobrando así mi venganza, su vida por tu sangre.

Ese día nos marcó a ambos: yo descubrí que ya no tenía el control, y que era incapaz de seguir siendo yo misma si estaba a tu lado, porque si no estás a salvo me vuelvo furia. Tampoco tú volviste a ser ya el mismo.

Cuando te curaste ya no eras el de siempre. Te habían derrocado. Ya no eras el número uno. Te habías roto, y perdiste el interés hasta que un día te fuiste.

Yo sabía que ese día se acabó todo y querrías irte para volver a empezar, porque siempre has necesitado ser el mejor, y tener el control. No soportas la derrota ni la humillación.

Controlar los entresijos de la ciudad ya no importaba sin ti. Aguanté un año y lo dejé todo atrás para buscarte: amigos, familia, riquezas, amantes. Y desde entonces voy tras de ti de ciudad en ciudad siguiendo tus pasos.

La última vez que vi tu rostro fue aquí mismo, donde te dejo esta carta. Te abracé hasta quedarme dormida. Era feliz, ¿sabes?

Esta noche he venido a poner fin.

Últimamente sentía que si no me libraba de ti, no podría hacer nunca mi vida y te perseguiría allí donde fueras, condenada a ser un cascarón vacío y obsesionado, como cuando tenía veinte años.

Vine a traerte el dulce sueño que has regalado a tanta gente, no te queda tampoco mucho tiempo por lo que veo. Te has vuelto descuidado, y cualquier día entra alguien menos agradable que yo por tu ventana. Tienes muchos enemigos y tu nueva banda a veces duda de tus dotes de líder. Eso es peligroso.

Pero cuando te vi dormido, y acaricié tu rostro, y sentí nuevamente el calor de tu piel me di cuenta de lo absurdo de mi iniciativa. Soy una cobarde, no me he atrevido a clavar la daga en tu corazón, como tampoco he podido borrarte de mi mente. ¿Qué esperanza me queda ya ahora, que me doy cuenta que el fuego sigue ardiendo en mi interior como si fuera ayer?

Porque no puedo matarte, he hecho la única cosa que es capaz de purgar mi ansiedad, y ha sido escribirte esta carta, para decirte lo que creo que tal vez ya sabes, que aun te quiero, que aun sigo a tu lado a pesar de la distancia, y que sigo velando por que estés bien aunque nuestros caminos se hayan separado.

No sé cuando volveremos a cruzarnos, siempre he sido yo la que te ha buscado, y sé que no va en tu forma de ser seguirme donde yo vaya.

Antes de irme, quiero dejarte un recuerdo, una vieja daga encantada que encontré entre los restos destrozados de golems en una antigua ciudad. Tú la sabrás utilizar mejor que yo, como en los viejos tiempos. Que sirva para devolverte tu fortaleza, y para que tal vez alguna vez te acuerdes de mí, porque yo no puedo olvidarte.

Te dejo también una rosa, mi asesino, como tú dejabas a las víctimas antiguamente, antes de entonar un canto por sus almas.

Soy probablemente la primera persona que hayas “matado” y vuelva para devolverte el detalle.



Recostado contra el cabezal de la cama, siente un escalofrío que le recorre la columna vertebral. Una necesidad imperiosa le empuja a tantear sobre la mesita hasta encontrar el papel de fumar y el tabaco. Lía rápidamente un cigarrillo, y lo prende. Esta maldita mala costumbre algún día acabará con él. A veces ha sufrido ataques de tos, debidos a su hábito malsano de fumar. Pero de algo hay que morir, y visto que hoy le han perdonado la vida, va a intentar que el tabaco termine lo que ella no pudo acabar.

Con lo feliz y tranquilo que vivía él, haciendo ver que no sabía nada… Pero esta carta ya no le permite regalarse ese lujo que es vivir bajo la máscara de la ignorancia.

No quiere la carga de tener a nadie detrás, no quiere ligarse a ninguna mujer… Y sin embargo no puede dejar de pensar en ella. De recordarla en la cama, de recordar su perfume (que aun flota en el aire esta madrugada).

Él, frío y calculador tampoco admitirá nunca que la ha echado de menos. Puede que no la haya buscado, pero sabía que nunca le haría falta porque ella siempre ha sido capaz de encontrarle.

Se despereza tranquilamente, se arregla y se viste para salir. Ha empezado un nuevo día y tiene muchos encargos por realizar.

Cuelga una faltriquera en el cinturón, donde deposita la flor. Al cerrarla, tantea para asegurarse como un niño pequeño, de que está allí donde la acaba de colocar.

Recoge la daga para observarla con detalle. Esa mujer está loca, pero siempre ha sido así, con sus regalos excéntricos o caros, y en ocasiones ambas cosas. No puede negar que le ha tratado siempre como a un rey, y le ha procurado lo mejor que ha estado en su mano. “Esta daga es excelente. Su buen gusto no ha cambiado” sonríe, mirándose al espejo.

Suspira dándole la última calada a su cigarrillo, y baja a la taberna a refrescarse la garganta.

En el camino, la jovencita de la noche anterior se le acerca contoneándose a la par que se inclina alegrándole la vista. Pero ha perdido el interés. Mujerzuelas hay en todas partes, pero él tiene una pantera negra que sigila en la oscuridad.

Se marcha tras engullir la cerveza ignorando por completo a la hija del posadero.

****

Con un ligero clack una ventana se abre a plena luz del sol. Una figura duerme descansando sobre el jergón, el cabello suelto enmarcando su rostro como si de un cuadro se tratara.

Él se acerca, a contemplarla. “Con lo bonita que está callada, y cuando duerme…” piensa mientras sonríe con su mueca típica.

Se agacha, para darle un beso en la mejilla, pero se contiene, y hace lo que ha venido a hacer esta mañana -a parte de morir por la resaca-, que es dejar un ramo de rosas en la almohada. Para ella no hay rosas negras, hay rosas rojo carmín. No tiene armas que regalarle, su mejor daga es la lengua afilada de serpiente que ha entrenado desde la niñez, pequeña desagradable.

Así que le deja lo único que tiene cierto valor para él, un sello que guarda desde la infancia, con la inicial que sus nombres comparten, y sabe que a ella le ha hecho siempre ilusión tener.

Se marcha por donde ha venido, alejándose lo suficiente para treparse a un árbol desde donde contemplarla sin ser visto. Saca un pequeño caramillo de su bolsa, entona una melodía fúnebre, no sabe por el alma de quien, si de ella, de él, o tal vez de ambos.

No sabe si volverán a estar juntos, pero tiene la certeza de que están condenados a perseguirse, por lo menos un tiempo más, así que hoy su caramillo tiene un sabor amargo, y entonar la música le duele más que cualquier puñal que ella pudiera clavarle entre las sombras.