6/13/2007

Los niños perdidos


Muchos días me reconcome saber a ciencia cierta que no soy la mejor hija del mundo, y soy bastante desapegada. Así que intento ver a mis padres por lo menos una vez a la semana y llamarlos cada tanto.

Parece mentira que les vea tan poco viviendo como lo hacen a 9 minutos andando tranquilo de mi casa.

El domingo pasado fui un rato a caminar con mi madre, y pasamos por delante de mi colegio que por cierto sigue igual, el mismo color, más bonito porque está restaurado, pero en silencio porque era festivo y no habían niños.

Mi madre me dijo que ahora abren los fines de semana el patio para que los niños del vecindario puedan disfrutar de los juegos.

Y mientras lo miraba yo lo único que pensaba es que parece que fue ayer que estaba yo ahí dentro jugando, y aprendiendo y sobrellevando mis primeros problemas sociales (que se reducían a “¡Señu! ¡La Vanessa me ha pegado!”, “Mami, La Mireia no me ajunta”). Qué vida esa. Y por un momento sentí nostalgia y quería que me dejaran volver para adentro.

Le decía a mi madre que yo no me veo distinta, que no me noto diferente, y que aunque el año que viene cumpliré los treinta, no me siento para nada “mayor”. Y curiosamente, mi madre me respondió “Yo tampoco”.

Creo que en el fondo todos seguimos siendo niños, y guardamos un cachito de ilusión (exactamente no sé dónde, porque con la cantidad de mierda y problemas que absorbes al día, parece mentira que aun puedas estar ilusionado con algo).

Yo sigo siendo como era antes, solo que mi habitación ahora ya no tiene doce metros cuadrados, si no que se ha visto ampliada a cuarenta y dos, y tiene baño incorporado. Me siguen gustando los cuentos de hadas, me siguen gustando los peluches, me siguen gustando las cosas a todo color y quien pise mi casa a partir de agosto seguramente creerá que soy amiga personal de Agatha Ruiz de la Prada.

Sigo leyendo cómics, sigo jugando a juegos de fantasía, y sigo imaginando mundos plagados de dragones. Y en mi camino, encontré gente bastante parecida a mí a la que ahora tengo apego.

Les doy mucho la brasa.

A algun@s no les conozco personalmente, aunque me muero de ganas. A otras les vengo prometiendo desde hace casi un año que iré a Alicante de visita (me resarciré para San Juan). Y supongo que como ell@s queda aun más gente por conocer.

Y lo que más me gusta de tod@s ell@s es que aun conservan ese niño en su interior y no son personas grises. Aun somos capaces de emocionarnos por cosas tan “estúpidas” a ojos de la gente de a pie como puede ser un montón de ceros y unos que se transforman en un murloc rosa, o un vermis de maná.

Incluso mis padres, esos que parecen a ratos tan serios o cuya presencia me imponía el mayor de los respetos de pequeña, tienen ese sitio en su interior que les permite seguir riendo como enanos y si me descuido me quitan el ordenador para jugar.