1/20/2010

Far from the distance

Es curioso como alejarse, siempre da una perspectiva de las situaciones que nunca pensaste que ibas a poder contemplar. Uno se puede alejar de algo o de alguien espacial o temporalmente. A veces ambas.

Yo me encuentro últimamente con esto.

Allá por noviembre se me dio por comprarme la Xbox, por el sencillo motivo que estaba hasta los cojones del WoW. Es muy curioso, porque de hecho el juego me sigue gustando, pero ya… No sé, ya no tiene magia. Me parece todo lo mismo, y si lo pienso… Va para cinco añitos la cosa.

Estos cinco años me han servido de mucho. Como todos, han tenido sus cosas buenas, y sus cosas malas. Empecé a jugar cuando no existían los servidores españoles, y ni siquiera jugaba en los reinos autoproclamados españoles.

Cuando compré el Warcraft, vivía en pareja. Mi compañero era un forensic de seguridad informática, uno de esos frikis de los ordenadores que adoran los cacharros y que le encantaba Linux. Él me acompañó de expedición por Barcelona, en busca de una tienda que tuviera un ejemplar de ese juego que se había agotado tan rápidamente.

Jugaba a ratitos, mientras él estaba a sus cosas en el ordenador, no sabía la mitad de cosas del juego que sé ahora, ni conocía remotamente el concepto de raid ni las exigencias.

Yo vivía feliz en Moonglade, un servidor de Role Playing. Mi primera encarnación fue como priest elfa nocturna. Se me ocurrió que era el mejor rol que podía desarrollar en un sitio nuevo, donde no conocía nada, porque es un hecho indiscutible: todo el mundo adora a los sanadores.

Allí hice amigos, que no he podido ver en persona jamás, mayoritariamente eran chavales de Turquía. Me lo pasaba bomba. El mundo era impresionante, todo era nuevo e inexplorado. Terrallende no existía y muchísimo menos Northrend.

Yo recuerdo los nombres de las ciudades y del mundo en general en inglés. De hecho, nunca he podido jugar en castellano, me supera y odio las traducciones.

Mi primera mazmorra fue Stockades, me llevó uno de mis amigos, y me pareció fabulosa, toda llena de peligros: él, con su paladín abriéndome camino y enseñándome los entresijos de Silvermoon. Morí no sé cuántas veces, de puro imprudente, pero no me importaba. Era divertido: me reía todos los días.

Conforme conocía a más gente y estaba bien con ellos, ya no conectaba únicamente por el juego: quería ver a mis “amigos”, comentar qué tal el día, ir de excursión, hacer safari fotográfico (porque sí, yo hacía safaris fotográficos).

Por aquel entonces no estaba en ninguna guild importante ni de raideo. Me entretenía con mis cositas para un lado y para el otro. Nunca pude entrar en Zul Farrak porque no tenía nivel suficiente, estaba orgullosísima de mi primer vestido rare, que era de color blanco, y me maravillaba cuando veía alguien con dos o tres piezas épicas. Era rarísimo ver a alguien con un tier, y más cuando los tiers eran de ocho piezas.

El centro del mundo era Ironforge, y para mí, lo mejor del año era el festival de invierno con Father Winter. Las primeras navidades en Azeroth fueron las mejores. Me pareció un detalle increíble por parte de los programadores. Abría todos los paquetes con una ilusión tremenda, y tenía el banco petadísimo de tonterías y vestidos que no quería vender ni tirar.

Iba pocas veces a la Auction House, porque no tenía dinero apenas. Me había hecho enchanter / tailor; pero no había descubierto como funcionaba bien el tema de encantar. Me desesperé porque me parecía carísimo subir la profesión (y lo era).

A veces me paraba a contemplar simplemente a la gente que paseaba en sus monturas, y me quedaba alucinada. Yo nunca conseguí ir en tigre.

Después de más o menos un año, dejé de jugar. Mi alter ego online llegó a nivel 36 y ahí dije… Quiero un parón. Y ahí acabó todo por un tiempo, porque en realidad vivía bastante feliz con mi compañero y se me pasó pronto la curiosidad por el Warcraft. Curiosamente, seguí jugando en los MUDs, a tiempo parcial.

Entonces empezaron a cambiar un poco las cosas en mi vida. Al año, mi relación con mi pareja terminó y tuve que vivir el traslado a casa de mis padres mientras me buscaba un sitio propio. También estaba muy hastiada con mi trabajo en la promotora inmobiliaria, acabé harta de mis jefes, y tan estresada que me dieron cuarenta y cinco días de baja por estrés. Se me había quedado completamente paralizada la mitad derecha de a cara, y aunque no me lo dijeron, no sabían si la volvería a mover bien.

Cortar con mi pareja, desde luego, mucho no ayudó. Me apoyé más en los amigos, pasaba muchísimas horas con ellos, en el cine, en el cyber, de paseo, de vacaciones… Y con el tiempo conocí a otra persona especial, que si bien no tuvimos un final de comer perdices, sigue siendo un gran amigo y me alegro muchísimo por ello.

A finales de esta segunda relación, el mundo empezó a abrirse bajo mis pies. Es curioso como cuando una parte de tu vida va bien, otra parece ir condenadamente mal. Había conseguido cambiarme de trabajo, entré en una entidad financiera, conseguí mi propio piso de alquiler para vivir a mi aire, y adopté dos gatos. Superé la última ruptura con mi última pareja, y fue entonces cuando volví al WoW, porque la vida real empezó a caer en picado.

Caer en picado quiere decir que el mundo tal y como yo lo conocía, y con los pilares que lo mantenían, fueron dinamitados por completo y se volatilizaron, perdiéndose en el tiempo. Mi mejor amigo, al que conocí durante ocho años y que para mí era como un hermano, resultó ser el mentiroso más grande de la historia, y se había inventado su vida entera, superando con creces al personaje de “Vida de nadie” que interpretaba José Coronado. Me sentí tremendamente estúpida, y creo que entré en una espiral depresiva.

Descubrí que ya que había perdido a mi mejor amigo y a su tropa (tan mentirosos como él, porque le encubrieron ocho años, y no me podía fiar ya de ellos), y en vistas de que Joan tenía que embarcarse, me vi completamente sola, y mi vía de escape fue aquella caja con CDs que instalaban un videojuego, al que una vez dediqué brevemente mi tiempo.

Empecé a dedicarle horas y horas y horas. Todas las que salían de los demás sitios, incluso del sueño. A jugar más y más y más. Pero, eh… Me divertía. Encontré un grupo de gente de Barcelona y alrededores, y acabé en un clan con ellos. Todos eran conocidos de Vulcana. De aquello hace ya tres años, y estoy encantada de haberlos conocido.

Con ellos aprendí a raidear, y salí muchas veces al cine, y a comer, y a cenar. Volví a tener un grupo estable de amigos (de hecho a día de hoy, vivo en la misma ciudad que ellos y me fui a esa ciudad porque estaban allí). Nos reíamos muchísimo cuando jugábamos, nos estresábamos cuando nos equivocábamos. Contábamos qué tal el día. Nos fuimos de viaje a Madrid a conocer a los que estaban por allí, y nos hemos ido juntos de vacaciones.

No me quejo para nada. Vi muchísimas cosas nuevas que no había visitado en la vida, y tenía siempre encima mío la amenaza de que me iban a poner en silencio el micrófono cuando hablábamos por el TS, porque a veces me venía la risa tonta y me carcajeaba sola de las cosas.

Contábamos chistes, y nos metíamos unos con otros, siempre desde el cariño. Más que un clan, era un grupo de amigos.

En aquel entonces, Warcraft ocupaba un sitio muy importante de mi vida, llenaba el vacío en mi vida real que no conseguía llenar de otras maneras. Salió bien, conocí gente genial, y poco a poco, pasando por todas las etapas, la ilusión por el juego se fue apagando como una bengala, entre otras cosas porque mi vida actual es muchísimo más estable.

Además, por el camino, aprendí a vivir sola. A veces es una puta mierda no tener a nadie en casa con quien conversar, pero bueno, uno enciende el PC y habla con los colegas con un simple doble clic. Aprender a vivir sola, llevó a aprender a estar bien conmigo misma la mayor parte de las veces, sin necesitar tanto a los demás.

Cuanto menos necesitaba de la compañía aunque fuera virtual, más me ponía a hacer cosas en casa que no requerían estar con nadie, como cocinar, o ver la tele, o leer. Así que cuando conectaba a Warcraft era realmente porque quería hacerlo, y no porque era una necesidad o una obligación.

En su día, Warcraft lo fue prácticamente todo. Dedicaba muchísimas horas. Ahora es una nota a pie de página, y los problemas que se derivaron de todo ello, los líos por los rolls, los ítems, los dkps de la raid, la raid en sí, y los enfados con otros jugadores, opr chorradas, empezaron a diluirse, y a transformarse en simplemente eso, tonterías.

Después de dejar la raid, y conectar solo de tanto en tanto, me dí cuenta que cada vez que entraba, había un tomate distinto en el guild chat, un marrón nuevo, una pelea nueva, una discusión… Y no sé cómo me quedé pensando.

Cuando llego del trabajo, y conecto, es con ánimo de saludar y pasármelo bien con la gente. Quiero disfrutar de mi tiempo. Porque ya tengo muchísimos marrones en el día a día y preocupaciones en el trabajo. Lo que quiero es divertirme y evadirme.

Me entristece ver que el ambiente ya no es el que era, y cada vez conecto menos y me siento más como una extraña. Me pregunto donde están los tiempos aquellos en los que nos reíamos y hacíamos el tonto.

Desde la distancia de mi exilio todo ese mundo empieza a perder consistencia, y sus problemas se vuelven cada vez más banales. A la par, las risas que nos pegábamos adquieren nitidez en mis oídos y me apena ver que cada vez son más escasas.

Me gustaría poder compartir mi punto de vista, y decir… Oye, ¿os acordáis cuando nos divertíamos? Yo lo pasé en grande con todos. No deja de ser un juego, y los problemas que ocasiona deberían perder importancia.

Pero sé perfectamente que cuanto más pendiente estás de ese mundo, más importancia le das a esos problemas, y a veces perdemos el norte.

Solo cuando te alejes lo suficiente, te acordarás de los malos momentos y tal vez te rías. Me gustaría que cuando te alejes, puedas escuchar bien nítidas las carcajadas que compartiste con el resto del clan, y olvides los malos rollos.

Yo, desde esta distancia en la que me encuentro ahora, y a pesar de todo, solo recuerdo los buenos momentos. Cuando vuelva, me gustaría poder seguir diciendo "me lo estoy pasando de puta madre", y no tirarme rallada las horas cuando desconecte el ordenador.

Ojalá que los puntos de fricción desaparezcan, y que todo lo que haya para recordar sea un cúmulo de sonrisas legendarias.

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