7/06/2011

El canto

Era un bonito canto rodado de piedra. Bonito y gris. Pulido. Equilibrado.

Acabó sin saber bien cómo, en lo alto de la cima. Le pareció buena idea tirarse para abajo y disfrutar del paisaje.

Desde arriba no se distinguía a ciencia cierta lo que aguardaba en la ladera. Sin duda, alguna nueva tierra prometida.

Le costó mucho decidirse, la altura era considerable.

Antes de que tuviera tiempo de recapacitarlo, un golpe de aire le empujó hacia abajo.

Envalentonado ante la perspectiva de la emocionante aventura que suponía el nuevo viaje, resueltamente se mantuvo en equilibrio mientras rodaba por la pendiente, cuesta abajo.

No había considerado que conforme avanzaba, su velocidad iba en aumento, y era más difícil mantener una postura apropiada sin volcar sobre un lado, con el riesgo de hacerse muescas en el cuerpo. En u entusiasmo, tampoco había previsto que el suelo estaba lleno de pequeños baches, casi imperceptibles desde la cima, tan cegado estaba con llegar al valle en la ladera.

En algún punto del camino, comenzó a flaquear su fuerza de voluntad, y empezó a valorar si lo que habría allá abajo valía bien todo ese esfuerzo, el empeño, las marcas y su cordura. Pero no tenía tiempo de frenar, porque eso supondría llegados a este punto, destrozarse entre las rocas.

Se sintió desorientado y furioso. Tal vez asustado, pero sin duda alguna: estúpido. Se maldijo en silencio.

A medio camino, podía empezar a distinguir la ladera. Lo que desde arriba parecía tan atractivo, ahora se le antojaban matojos de verde. Decidió que no valía la pena.

Tan absorto estaba valorando lo que se perfilaba abajo que, sin darse cuenta, tropezó con los guijarros precipitándose sin control hasta el suelo, donde se quebró en pedazos.

Sus pedazos se mezclaron con otro trozos de piedras, tal vez antiguamente cantos que se sintieron como él, atraídos por el atractivo valle.


Irónicamente, le dio tiempo de un último pensamiento antes de perderse para siempre.



No valía la pena tanto golpe, por estar sobre la arenilla, al amparo de unos tristes y resecos matorrales.

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