7/06/2011

Where is your mind?

La mayoría de cosas importantes, pasan por casualidad. O quizás las recuerdas más por el simple hecho de haber sido fortuitas.

Cuando lo pienso, me doy cuenta de que hace año y medio que entré en la era de los teléfonos con internet incorporada y los treinta millones de aplicaciones, de las cuales –siendo sincera- uso una micronésima parte, si acaso llega.

Mirando atrás recuerdo que mi mayor preocupación antes de adquirirlo era si afectaría a mi tiempo de lectura diario. Hoy por hoy puedo decir que no, y que además, curiosamente, ha hecho de mi experiencia de lectura una experiencia de “lectura aumentada” (es que está muy de moda esto de “lo que sea” aumentado). Digo esto porque por lo menos en tres ocasiones, que yo recuerde claramente, disponer de internet al alcance de mi mano me ha hecho disfrutar más del libro que estuviera leyendo en el momento.

La primera vez, y con ello me di cuenta, fue con “De qué hablo cuando hablo de correr”, de Haruki Murakami. Recuerdo que estaba leyendo cómo él explicaba que cuando salía a correr por las mañanas, escuchaba un grupo de música concreto, y me quedé pensando cómo sonarían… Hasta que me di cuenta que tenía el iPhone en la mano y el Spotify instalado, y me pregunté… Tal vez haya alguna canción de ellos. No sólo había “alguna” si no que estaba “la” canción. Entonces, sorprendentemente, me di cuenta de que estaba escuchando la misma música que hace años escuchaba él mientras corría, en el preciso momento que sentía la curiosidad.

La segunda vez, fue leyendo “Sinuhé el egipcio”, de Mika Waltari. Tener internet a mano mientras leía, me ayudó a comprender mejor muchos conceptos, y rellenar boquetes en mis conocimientos históricos, que me ayudaron a disfrutar más.

La tercera vez fue el momento en que, yendo en el tren a primera hora, me di cuenta que si veía a alguien leer algo muy interesado, viendo solo el nombre del autor, o el título del libro, podía googlearlo y saber de qué iba, y valorar si me iba a parecer a mí tan interesante o no.

Ayer por la mañana iba intentando meterme de nuevo en los libros de Steven Eriksson, cuando justo frente a mí había un hombre leyendo un ejemplar formato bolsillo, de tapas color completamente negro, en la que se leía: “No logo”. No leí bien el nombre del autor, pero bueno, el subconsciente es maravilloso, porque captó “Klein” sin que yo recordara haber leído el nombre del escritor. Lo sé porque pensé en la marca de moda.

“No logo” es un libro que trata de cómo las marcas nos influyen hoy en día, y después de leer la sinopsis, me pareció lo suficientemente interesante como para ir a Fnac a buscarlo. Sin embargo, cuando llegué, sólo quedaba un ejemplar de bolsillo, hecho polvo. Mientras me disponía a encargar uno, me dice Josep Maria: “¿Por qué no coges este? Es el más famoso de esta autora”. Y así acabé con “La doctrina del shock”, de Naomi Klein en la mano.

Un poco de realidad nunca está de más. Sin embargo en ese libro hay un “mucho” de realidad. Trata sobre cómo tras un acontecimiento imprevisto, que se puede calificar de shock para la sociedad, los gobiernos aprovechan para hacerse con el control de la situación y aplicar medidas de “apoyo”, “contención” y “resolución”; imponiendo medidas que en otro momento la sociedad habría puesto en el cielo, con el simple hecho de mencionarlas.

Viene a decir: una crisis es un comodín para que un gobierno haga todo lo que quiera, en pro de salir de las dificultades, sacando el máximo beneficio posible de la situación. Habla en concreto de todas las políticas y el cambio a nivel mundial tras momentos como el 11S o el 11M. Pero no hay que ir tan atrás en el tiempo, basta con plantarse en 2008 con esta última crisis económica y ver lo que ha venido aconteciendo desde entonces. Me sorprendió mucho la forma de empezar, con una entrevista a una víctima de experimentos son electroshock en el Canadá de los años 50, para intentar doblegar la personalidad del “paciente” y modificar toda su conducta y personalidad. Parece un punto curioso de partida, pero tiene mucho sentido.

Con todo, pienso, no hace falta caer en algo tan elaborado como esos experimentos para darse cuenta de la manipulación diaria, y recordar cuán cierta es la frase “Pienso, luego estorbo”. Por cierto, que cuando leí esa frase en la foto del 15M, recordé el logo de las Galerías Vinçon: “Compro, luego existo”. Representan muy bien a la sociedad: la minoría, y la mayoría.

Ayer, mientras leía las primeras páginas de “La doctrina del shock”, no salía de mi asombro, porque en cierta manera es curioso que un libro así se publique, y sea un best-seller. Digo que no salgo de mi asombro porque es tan crítico que uno se plantea cómo ha llegado a nacer un libro así (cómo tantos otros). Supongo que aún gozamos de una cierta libertad de expresión, aunque mi temor sea que en el futuro las cosas no vayan por esos derroteros.

Es triste que en un momento de máximo esplendor a nivel de comunicaciones, con pleno auge de internet, los gobiernos estén más preocupados por controlar los flujos de información y poner trabanquetas a sus ciudadanos, sobre qué dicen, cómo y dónde, y la información que comparten, en vez de valorar el boom educativo y social que ello supone. Dónde muchos vemos oportunidades, ellos solo ven amenazas. Me pongo a pensar “V de Vendetta”, con su mítica frase “El pueblo no debería temer a sus gobernantes, son los gobernantes los que deberían de temer al pueblo”. Tal vez es un miedo recíproco: el del pueblo a la opresión, y el del Gobierno a perder el control.

Imagino que en el fondo, un estado no se siente muy amenazado por un libro como este, ni por las filtraciones de Wikileaks, por dos cosas bien sencillas: el ser humano tiene más memoria flash que RAM, y hay (lamentablemente) mucho analfabetismo en pleno siglo XXI.

Que el ser humano tiene memoria flash, es una realidad. Y mal comparando, un disco duro bastante amplio, lleno de spam y troyanos.

Intentaría retroceder de memoria varios años para buscar ejemplos, pero yo tengo una pésima memoria también, así que me voy a conformar con algunas cosas sueltas. Por ejemplo, después de la quiebra de Lehman Brothers, y el estallido de la actual crisis económica, estas son algunos de los hechos remarcables que bombardearon las noticias.

En 2009, apareció esa cepa de gripe tan virulenta que se suponía iba a exterminar a la raza humana, la famosa “Gripe A”.

Para combatirla, se gastaron incontables millones de euros en medicinas, vacunas, jabones especiales, soluciones desinfectantes… de las cuales yo todavía tengo stock aun en a oficina, a julio de 2011. No conozco a nadie que haya padecido la tan pavorosa Gripe A. Mis amigos no conocen a nadie que la haya padecido. Y no será porque todos teníamos productos desinfectantes en casa y en el bolso.

Lo más gracioso del tema, es que en la oficina pegaron un cartel que ponía: “Si cree que ha estado en contacto con el virus, desinféctese siguiendo las instrucciones”. Y todos nos preguntamos… ¿Cómo vamos a saberlo? Uno no se pone azul si tiene la gripe. Yo solo usé una vez el jabón especial, para probar cómo era. No me vacunaron contra la gripe, y no me he muerto.

Pero la gente ya no recuerda todo ese tema, y Fue hace un año y medio escaso, ni el gasto que representó. Ni se acordarán hasta la próxima.

Este año, lamentablemente, tuvo lugar una de las catástrofes más importantes de lo que llevamos de siglo, con las centrales nucleares de Fukushima como actores principales. Habrá que esperar muchos años para conocer las verdaderas consecuencias, porque es de ilusos pensar que no va a afectar en casi nada. La primera consecuencia que se le viene a uno a la cabeza, es en cuanto al terreno, las plantaciones, el aire, el ganado… Sin embargo, no olvido que aparte de las toneladas de ruinas, viaja por mar toda el agua contaminada con radiación, afectando al ecosistema marino. No estoy muy segura si debe ser la mejor idea del mundo comer pescado sacado con las redes por allí.

Lamentablemente, también, la radioactividad no tiene hoy por hoy, antídoto. Así que los estragos que se produzcan a raíz de toda esa fuga, estarán en los genes de no pocas generaciones.

Hace como aquel que dice, cuatro días, saltaba a los medios de comunicación la temible crisis del pepino contaminado por la E Coli. La verdad, me parece absurdo todo el bombo y platillo del tema. No digo que no haya que darle importancia, pero, ¿tanta? Porque a fin de cuentas, hablamos de un organismo que una vez conocido el caso, al cocinar el vegetal o lavarlo en una solución con un poco de lejía, muere. Se trata de tener precaución durante un tiempo.

A ojos de los medios, durante unos cuantos días, bombardearon la sociedad con pepinos, como si fuera el fin del mundo; mientras que algo mucho más relevante como las consecuencias de Fukushima permanecen en stand by, como rezando para que nadie se acuerde. Después de meses de aparecer en los medios, ¿Quién recuerda Wikileaks? ¿Quién se pregunta qué le pasará a Assange?

Mi conclusión lógica es, bombardea al prójimo de noticias estúpidas, y quítales de en medio preocupaciones verdaderamente trascendentes (es la de cualquier persona que tenga dos dedos de frente). Llénales la cabeza de fútbol y telenovelas y programas basura. Quita las grandes cadenas de información como CNN+, por un nuevo “canal Cosmo a la española”.

La mente, en general, está contaminada. Es penoso darse cuenta en qué forma inventos como la televisión sirven únicamente para promover los lavados cerebrales. No hace falta irse a un extremo como un electroshock. Es más paulatino e inocuo, pero ataca desde niños.

Me gustaría hablar de los dibujos animados. Cuando yo era pequeña, los dibujos animados, contaban historias congruentes. Los personajes eran agradables, el dibujo era elaborado y los colores agradables. Como dijo Inés hace unos días, los dibujos animados presentaban modelos a seguir, eran los héroes que emulábamos de pequeños. Jugábamos a ser Superman, o Batman, o Wonder Woman, a ser Spiderman. A ser Son Goku, si me apuras. No me imagino a ningún niño jugando a ser Bob Esponja.

Los dibujos animados siguen presentando “modelos”, pero erróneos. De personajes que son fracasados sociales, histriónicos, histéricos, que no se valen por sí mismos. Son más dados a esto los dibujos animados americanos, que los japoneses, yo creo. Por ejemplo, pensemos en “Bob Esponja”, “Vaca y Pollo”, ese tipo de cosas. Los programas como “Los Teletubbies”, que trataban a los niños de subnormales profundos, a años luz del educativo “Barrio Sésamo”. Si tuviera un hijo, y me dieran a elegir, no sé qué preferiría. Si que viera “Bob Esponja” o “Pokemon”. Al los personajes de “Pokemon” son más racionales.

Los nuevos héroes son los concursantes del reality show de turno. En un mundo así, dónde los niños aprenden de sus padres que eso es lo normal, y que todos saben quién es Belen Esteban, pero no tienen ni idea de quién es Stephen Hawkins, ¿qué puede esperarse? Llevando el pasotismo en lo más profundo del alma, sin curiosidad, sin inquietudes culturales, sin un respeto siquiera por lo más básico de la comunicación: el lenguaje, ¿a quien le importa que se escriban libros como los de Naomi Klein, si a fin de cuentas, casi nadie los va a leer?

¿Si la mayoría es incapaz de pensar, por qué va a estar un Gobierno preocupado?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Aleluya, la hija pródiga regresa al redil! Ya se extrañaba, Y. Excelente entrada, amén de triste y lúcida, como debe de ser.

Kaerog dijo...

En realidad es la propia gente que prefiere no pensar, por lo que cada sociedad tiene lo que se merece.